Desde los ojos de un fantasma es una novela dirigida al público infantil que ya en su arranque anuncia que uno de sus personajes, Sara, vive en un barrio imaginario de Lisboa. Revela, pues, la condición de artificio del mundo novelesco en vez de ocultarlo y vuelve a hacerlo cuando, páginas adelante, el narrador en tercera persona se refiere a un personaje como, justamente, personaje, que debe estar listo para su actuación cada vez que un lector abre el libro, y aun se anima a hacer una digresión respecto del trabajo duro que debe de ser el de personaje.
Si el lector poco informado pensaba que estas cosas no ocurrían en la literatura para niños, solo en la dirigida a adultos, ya se ve que estaba en un craso error. Juan Carlos Quezadas ha hecho amplio uso de la metaficción (una ficción que se refiere a su propia condición de ficción o que reflexiona sobre sí misma y sobre su género) en su obra, al grado de citar en sus novelas otras novelas suyas e incluso proponer un amor entre personajes suyos de distintos libros, como en Biografía de un par de espectros. De tan recurrente en su narrativa, este recurso puede volverse convencional para el lector que siga a Quezadas y carecer de cualquier tipo de sorpresa. Queda, de momento, como un rasgo característico y bien aprovechado en su narrativa.
No desaprovecha la oportunidad de recordar aquí la declaración de Arturo Pérez Reverte cuando en 2010 publicó El pequeño hoplita, su primera incursión en la literatura infantil. Creyó el señor Pérez estar haciendo una gran aportación a este rubro de la literatura hablando de temas como la lucha, el valor, la lealtad y la muerte, que a su entender no se tocaban en las ficciones para niños. La audacia de la literatura dirigida a los niños no se limita a los temas, sino que incluye los procedimientos narrativos, como vemos en Desde los ojos de un fantasma: sus lectores están preparados (al menos esa es la apuesta que hacen autor y editorial, y qué bueno que la hagan) para entender esos guiños metaficticios sin perder la ilusión de realidad que brinda el libro e incluso de explorar sus posibilidades humorísticas.
Quienes hemos leído Momo, de Michael Ende, no dejaremos de recordarlo leyendo Desde los ojos de un fantasma, sobre todo por la premisa central de ambos libros. El de Ende es una crítica desde la imaginación a un mundo contemporáneo que le da un peso excesivo al pragmatismo y le niega lugar a todo lo que no reporte un beneficio inmediato, como la amistad y lo bello; a un mundo en el que poderosos intereses pretender controlar y unificar los gustos de la mayoría. En el libro de Quezadas los dardos apuntan a los mismos objetivos: la belleza de lo diverso en Lisboa aparece amenazada por una compañía para la que, como los hombres grises de Momo, el tiempo es oro y no se debe usar sino inaugurando más sucursales de una franquicia de cafés a lo largo y ancho del mundo, e imponiendo el gusto por sosas canciones a los habitantes del planeta entero y una falsa sonrisa que no oculta sino vacío.
Para combatir tal devastación estará presta Sara, hija de los dueños de un locutorio que convoca a los más variopintos personajes, de muy diversas nacionalidades. Inspirada en sus relatos, Sara hace unos asombrosos dibujos de sus ciudades de origen, tan distintas unas de otras, y de alguna manera conoce esas ciudades por medio de esas imágenes que enriquecen sus sueños. A partir de la llegada de la temible compañía, los dibujos de Sara empezarán a parecerse entre sí cada vez más hasta hacerse indiferenciables. También darán batalla Juan Pablo, cantante de fados al que la compañía quiere fichar como estrella, y muchos de los habitantes del barrio imaginario Alfama, quienes han empezado a ver desaparecer los negocios de los vecinos y volverse una sola cosa cenicienta su barrio ante el ataque de la voraz empresa. Se unirán a los opositores un trío de fantasmas y otras personalidades, entre los que están criaturas extrañas, un inventor de palabras llamado Ricardo y la estatua de Fernando Pessoa. Como se ve, en el mundo que crea la novela, presentado como ficción desde un inicio, los límites entre realidad a imaginación son muy difusos, y es tan real la dueña de una florería como un espectro, y son posibles hechos tan sorprendentes como que uno de sus habitantes, Catalina, sea la princesa de un mundo fantástico de millas y millas de extensión que cabe muy bien en los pocos metros de su departamento.
El humor es una constante en Desde los ojos de un fantasma: desde las llamadas equívocas iniciales que se hacen desde el locutorio de la familia de Sara hasta algunos diálogos disparatados y la configuración de los villanos, más graciosos que amenazantes, todo convoca a la risa en la novela, sin que esto sea óbice para la reflexión que subyace en sus páginas, nunca presentada como un imperativo moral, sino como invitación a descubrir o redescubrir la riqueza de la diferencia, la gracia del lenguaje, la exaltación de la amistad.
Dos reparos a esta novela entrañable. El conflicto está muy bien llevado en ella: el enfrentamiento entre fuerzas opuestas se va intensificando hasta ese momento de tensión culminante en que los personajes principales se ven amenazados en su integridad y la posterior resolución; sin embargo, la adversidad tarda unas 55 páginas, de 261, en llegar, y ello, aunque la presentación no carece de gracia y dibuja muy bien el estado de placidez anterior a la llegada de la compañía, puede facilitar la impaciencia y hasta el abandono de algunos lectores. El segundo reparo se refiere al nombre: si bien es atractivo e intrigante, es también un poco tramposo, pues no llega a funcionar como síntesis del contenido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario