jueves, 19 de mayo de 2011

Lecturas transformadoras

Más que el ensayo académico, con su incorregible prurito de demostrar exhaustivamente que cada una de sus afirmaciones o negaciones fue planteada con anterioridad, como bien señala Doris Lessing en el prólogo a El cuaderno dorado, disfruto el ensayo literario, sobre todo aquel que, sin sacrificar agudeza, hace de la pasión un arma argumentativa más. Es el caso de Clásicos, niños y jóvenes, de Ana Maria Machado. Nacida en Brasil, en 1941, Machado es autora de numerosas ficciones orientadas a niños y jóvenes, y por ellas ha obtenido el máximo galardón al que se puede aspirar en esa parcela creativa: el Premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil y juvenil.

Con este ensayo, Premio Cecilia Meireles 2003, la autora reivindica el derecho de todos a acceder desde temprana edad a los clásicos, bajo la premisa de que sería un desperdicio privarnos de incorporar a nuestro bagaje cultural y afectivo la formidable herencia de las grandes obras que se han acumulado a lo largo de los siglos. La selección de Machado se limita a la narrativa, ya que, si bien reconoce la importancia de libros emblemáticos en otros géneros, considera que lo que en verdad interesa a los jóvenes lectores que se acercan a la gran tradición literaria es conocer historias emocionantes.

Varios apuntes iniciales de Ana Maria merecen mencionarse:

1. No es necesario, nos dice la autora, que los niños y jóvenes se acerquen en una primera lectura a las versiones originales de los clásicos. Pueden iniciar con adaptaciones, tan satanizadas por algunos puristas. Machado considera que si no hay un posterior acercamiento al libro original, el lector al menos tendrá una referencia imprescindible; en el mejor de los casos, el contacto con la adaptación puede incitar la curiosidad y conducir a quien lee a la versión primigenia.

2. Leer es para la narradora y ensayista “reflexionar y pensar en otras posibilidades de vida diferentes, por medio de la experiencia de vivir simbólicamente una infinidad de vidas alternativas junto con los personajes de la ficción y, de ese modo, tener elementos de comparación más variados”.

3. Para la autora, nadie debe ser obligado a leer, ya que se trata de un derecho y no de un deber. Por ello, agrega, intentar crear placer por los libros a través de lecturas utilitarias, destinadas a revelar las respuestas de exámenes, es hacer exactamente lo contrario: producir alergia ante ellos.

Con el fin de dar prueba fehaciente de su postulado principal, el de que es deseable que los niños y jóvenes tengan acceso a los clásicos, Machado cita su propia experiencia como lectora precoz y como mamá y abuela que leía a sus hijos y lee a sus nietos, así como las de otros escritores, entre los que están Hemingway, García Márquez y Clarice Lispector. Pero la autora alcanza sus momentos de mayor persuasión cuando pasa revista a libros en concreto. Un capítulo está dedicado a griegos y latinos, y se mencionan en él las fabulas de Esopo, la mitología griega, La Ilíada y La odisea, además de obras contemporáneas que rescatan esta tradición, como Las aventuras de Naricita y El pájaro carpintero amarillo, de Monteiro Lobo; Peripecias de Pilar en Grecia, de Flávia Lins e Silva; y Entre dioses y monstruos, de Lia Neiva. Estos libros le parecen a Machado una gran entrada a la rica cultura que homenajean.

Un capítulo más está dedicado a la Biblia y a las obras derivadas de ella (como Al este del Edén, de Steinbeck; José y sus hermanos, de Mann; y Ahora sale el sol, de Hemingway); otros se ocupan de los caballeros (el rey Arturo, el Cid, don Quijote), el descubrimiento de nuevos mundos (Utopía, de Moro; Viajes, de Marco Polo; Las mil y una noches), los cuentos de extracción popular (Perrault, Grimm, Andersen), historias marinas (Moby Dick, El señor de las moscas, La isla del tesoro), novelas de aventuras (Historia de dos ciudades, Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, La dama de las camelias y El último mohicano), la vida cotidiana (Las aventuras de Huckleberry Finn, Mujercitas, Cumbres borrascosas, El guardián entre el centeno) y los clásicos infantiles (cuentos de Beatrix Potter, El viento en los sauces, Alicia en el País de las Maravillas, Winnie de Puh).

Si bien en Machado hay la voluntad de explicar por qué los libros escogidos son relevantes para lectores actuales, sus apuntes no son ni pretenden ser exhaustivos. Son más bien las inteligentes notas de una lectora entusiasta que gusta de compartir su entusiasmo. Clásicos, niños y jóvenes es, sobre todo, una excelente guía de lecturas que han trascendido su tiempo y a la vez han transformado de una manera o de otra a quien las recomienda.

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