Se suele esperar de una obra sobre fomento de la lectura que nos convenza de lo exquisito que resulta llevarnos un libro a los ojos, de lo necesario e indispensable de esta actividad, de lo triste y monótona que se vuelve una vida sin libros. No es el caso de este provocador ensayo de Juan Domingo Argüelles que empieza por enunciar un postulado sensato y necesario que en muchas ocasiones pasa desapercibido a tantos promotores de la lectura despistados, y que no debería decirse sino gritarse: amar los libros no debe ser una obligación sino un placer; no es verdad que los libros sean imprescindibles para todos.
Ya Daniel Pennac propugnaba esta idea en su libro Como una novela. Domingo lo reitera y argumenta, y ofrece otras reflexiones aledañas. He de decir, de entrada, que el título del volumen resulta poco acertado para su contenido. No es un volumen centrado en la escritura de niños y jóvenes, sino un compendio de reflexiones sobre el hecho de leer, sin importar a qué edad se realice, y en el que ocasionalmente se menciona el acto de escribir, si bien es cierto que ambas actividades se asumen como complementarias. Por lo demás, el ensayo resulta una excusa muy estimulante para reflexionar acerca de nuestros motivos para leer, para no leer y para compartir o no nuestro gusto por la lectura con los otros.
Juan Domingo Argüelles (México, 1958), es, además de ensayista, poeta y editor. Su primer libro sobre lectura apareció en 2003 bajo el título de ¿Qué leen los que no leen? Sobre el mismo tema ha publicado obras como Leer es un camino (2004), Historias de lecturas y lectores (2005), Ustedes que leen (2006), Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura (2008), Del libro, con el libro, por el libro... pero más allá del libro (2008), Si quieres, lee (2009) y La letra muerta (2010).
Pese a ser un enamorado de la lectura y de haber dedicado muchos años a escribir sobre ella, Domingo no cae en la tentación de querer venderla como una imposición. Por el contrario, se esfuerza por demostrar que leer no nos hace necesariamente mejores personas ni es una actividad superior a otras: “Hay abundancia de pruebas que nos revelan que no todo el mundo quiere ser lector ni tiene mayores deseos por ser escritor. Más aún: no todo el mundo puede serlo, porque en el poder serlo está también el poder hacerlo. Y todo el mundo tiene derecho a desarrollarse en donde mejor se sienta, sin que ello tenga que ser juzgado como una limitación de espíritu”.
Aprecio del autor su esfuerzo por despojar el acto de leer de los mitos que lo rodean, que además de falaces, no resultan persuasivos para crear nuevos lectores. La mejor manera de contagiar el placer por la palabra escrita le parece a Domingo, como a Pennac, compartirla sin afectaciones. No niega Domingo los beneficios de la lectura, como que nos permite sensibilizarnos, ponernos en el lugar de los otros, conocer mejor el mundo, además de enriquecer nuestras vidas. Pero también reconoce que estos frutos pueden obtenerse de otras actividades. En todo caso, el primer motivo para leer es para el ensayista el placer que encontramos en ello quienes lo hacemos por voluntad propia.
Si bien el autor insiste en asumir la lectura como un acto de libertad, hay un tema en el que parece reacio a ella. Me refiero al hecho de encontrar en los libros un medio y a la vez un fin. Me explico: Domingo exhorta durante todo su ensayo, de manera un tanto machacona, a salir de los libros y asomarse a la vida, a leer menos y vivir más, a nunca olvidar que “la vida” es más importante que el papel y la tinta. Me parece que esta división es falsa: si leer no es “vivir”, ¿por qué habrían de serlo otras actividades como correr, ir al cine, escuchar música, caminar, hacer el amor, viajar? ¿No suena absurdo decir “viaja menos y vive más”, “ve menos al cine y vive más”? ¿Por qué habríamos de aceptar, entonces, que el acto de leer está disociado con el de vivir? ¿Acaso dejamos de vivir al leer? Además, el hecho de hacer de la lectura una actividad sin mayor fin que ella misma es un derecho de todo lector. El mismo Domingo lo reconoce, aunque parece incómodo con la idea, ya que según sus convicciones, todo lector debería apartarse de los libros con frecuencia y salir a respirar el aire puro de la vida.
Una de las premisas centrales de este ensayo es la de que leer no siempre nos hace mejores personas. Sin embargo, el autor parece creer que escribir sí consigue ese efecto, pues se muestra decepcionado de los escritores que no son lo que aparentar ser en sus libros. ¿Cómo puede ser Sábato impaciente e irritable, se pregunta, si en sus libros alaba la tolerancia? Por un lado, entiendo la decepción y el deseo de que entre la vida y la obra de nuestros autores favoritos prime la coherencia; por otro, me resulta más sensato juzgar los libros por sí mismos y no por el actuar de sus autores, cercados por vicisitudes y acaso angustias cuyo examen está fuera de nuestra competencia de lectores.
Cuestiona Domingo, como Pennac, que los niños y lectores principiantes sean introducidos en la lectura a través de los clásicos. Dice: “Los clásicos son maravillosos (…), pero por lo general lo son para aquellos que ya tenemos avidez por la lectura, y hemos ido, a lo largo de nuestra experiencia, añadiendo más exigencias a nuestro placer”. Agrega que los clásicos pueden resultar poco gratos si se tiene escasa experiencia lectora, y por tanto contraproducentes para el fin que se busca, que es contagiar el placer por la lectura. Recomienda invitar a leer, como inicio, libros más sencillos y sobre todo afines a los intereses del nuevo lector en turno.
Este ensayo se aleja de las propuestas más bienintencionadas y a la vez falaces en torno a la promoción de la lectura y nos invita a establecer un diálogo más franco en torno a ella y a sus posibles beneficios.
*En Confabulario reseñé otro libro de Domingo Argüelles.
De visita en la Feria del Libro de Hermosillo, Juan Domingo dijo que gracias a una charla con Gabriel Trujillo Muñoz empezó a considerar que inevitablemente hay cierto aspecto de la lectura que debe ser obligatorio, refiriéndose a la educación básica. Este aspecto, sin embargo, no tiene por ser ajeno a lo lúdico ni estar reñido con el placer. Me parece que una de las recomendaciones para los profesores es que deben indagar qué temas son del interés de cada alumno para orientar las lecturas en esa dirección. En secundaria, por ejemplo, los libros que abordan la sexualidad adolescente, los diarios personales, las relaciones de noviazgo, así como los deportes y la moda en el vestir suelen ser muy socorridos por los estudiantes.
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