En Como una novela (1992), uno de sus libros más conocidos, el escritor francés nacido en Marruecos Daniel Pennac (1944) intenta dar respuesta a una pregunta crucial: ¿por qué solemos perder en la adolescencia el entusiasmo por las ficciones escritas que marcó nuestra niñez? El asunto es un buen motivo para reflexionar. Pennac lo hace con amenidad, desenfado y sobre todo desde su propia y desbordante pasión por la literatura, que resulta contagiosa.
Si bien parece exagerado llamar a este libro un híbrido entre ensayo y ficción, pese a que el mismo autor lo sugiere desde el título, es verdad que su formato no es del todo convencional. Se trata de un ensayo que aporta estrategias para animar a los jóvenes a leer y que, en vez de hablar en abstracto sobre “la juventud”, “los jóvenes”, inventa ejemplos para ilustrar sus postulados: el caso de un adolescente sin nombre agobiado por los requerimientos de lectura de sus padres y profesores, y el de un grupo de muchachos no aficionados a la lectura que descubre los encantos de esta gracias a un docente sabio.
El texto está dividido en cuatro partes: en la primera se revisa el proceso mediante el cual un niño lector pasa a ser un joven al que los libros le producen aburrimiento, en el mejor de los casos, y en el peor, urticaria; en la segunda se combate el dogma según el cual leer es una obligación; en la tercera se propone un acercamiento a la lectura que apela a la necesidad de historias propia del ser humano; en la cuarta, por último, se enlistan los diez derechos inalienables de un lector, entre los que están leer cualquier cosa, saltarse páginas, no terminar un libro, releer e incluso no leer.
El principal planteamiento de Como una novela es, a mi entender, el siguiente: es una pésima idea acercar la literatura a los jóvenes como un deber orientado al análisis y la interpretación; con ello solo se contribuye a ahuyentarlos, quizás de forma definitiva, de los libros, como hacen tantos padres y maestros bien intencionados que después se quejan de la influencia de los medios audiovisuales en los bajos índices de lectura o del desinterés por los libros de la juventud contemporánea. El mejor método para promover el acto de leer es presentarlo como lo que, ante todo, es: un enorme placer, un vicio incluso, una excitante forma de llenar nuestra necesidad de experimentar, de forma indirecta, otras vidas además de la que nos es dada. Para persuadir de lo anterior, una herramienta fundamental según Pennac es la lectura en voz alta. ¿Acaso no nos iniciamos en las historias a través de la lectura oral de los adultos cuando aún no sabemos descifrar el lenguaje escrito por nuestra cuenta?
No creo que, con estas ideas, Pennac rechace el análisis y la interpretación de los textos literarios. Más bien no los aprueba como un primer acercamiento para fomentar la lectura, como tampoco aprueba que en las escuelas se prefiera presentar el contexto de determinada obra y la biografía de tal autor antes que el libro mismo. Esas son cuestiones que surgirán después, de la espontánea curiosidad de los lectores, ya enganchados al vagón trepidante y rico en aventuras de las historias inventadas.
En cuanto a la lectura en voz alta, no estoy tan seguro de su efectividad. En mi experiencia, es idónea cuando se trata de textos cortos, fáciles de seguir. Si se trata de libros complejos y de mayor extensión, el interés y la comprensión suelen mermar a los pocos minutos.
Se puede diferir con algunas de las propuestas de Pennac, pero será difícil no reconocer que sus críticas dan en el centro a ciertas estrategias de fomento a la lectura que llevan décadas operando sin resultados positivos que las avalen. Ello, aunado al atractivo formato del libro, a sus capítulos cortos, a su lenguaje accesible y a las citas de libros y autores referidas no desde la soberbia o desde la presunción, sino desde la emoción y el agradecimiento, hace de Como una novela un texto significativo y muy útil para alumnos, padres y maestros, y para todo aquel interesado en el proceso mediante el cual uno se enamora o aborrece esos perniciosos objetos de papel que, como a Emma Bovary o a Alonso Quijano, han sorbido el seso a tantos.
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