El gran drama de nuestro tiempo es el desplazamiento
En 2010 Alfaguara reeditó la breve y bella novela de Laura Restrepo La multitud errante, publicada originalmente en 2001. A raíz de ello tuve oportunidad de entrevistar a la autora.
En este libro ubicado en Colombia y narrado por una europea, somos testigos de la violencia que asola a tu país al mismo tiempo que asistimos al nacimiento de un amor difícil. ¿Concebiste esta ficción como un punto de encuentro entre la vida privada y la social, como Delirio? Te lo pregunto porque en tus novelas anteriores a La multitud errante, las narradoras suelen ser reporteras que investigan los hechos que cuentan y su nivel de implicación en la historia es menor al de la narradora de tu libro recién reeditado. Esta última, en cambio, expone su intimidad a la vez que da cuenta de una realidad social convulsa.
Creo que no hay duda: el gran drama de nuestro tiempo, la marca que nos caracteriza, es el desplazamiento, la emigración, la marginación de los emigrados, la inclemencia de las fronteras, el peregrinaje de quienes huyen del hambre y la violencia. Lo cual implica un doble recorrido. Por un lado el exterior, por territorio extraño, por tierras donde eres extranjero. Por otro lado el viaje interior, la exploración por tu propia intimidad. Una novela de desplazamiento a la que le falte esta segunda dimensión, se te queda en sociología del fenómeno. Por eso quise que también la búsqueda de los personajes fuera doble, por un lado persecución de alguna suerte de tierra prometida, o al menos de lugar donde la vida vuelva a ser posible, y simultáneamente el intento de encontrar una relación que permita que el amor suceda nuevamente, o al menos la compañía, la cercanía de otro ser humano. Es cierto que en esta novela el escenario es Colombia, pero la especificidad territorial pierde importancia, y la clave está más bien en el movimiento. La historia de todos los desplazados es más o menos la misma, desde los que aparecen en la Biblia hasta los que protagonizan las grandes migraciones contemporáneas. Quise escribir un relato que mostrara seres humanos en el camino, sin otra patria que el propio camino.
En La multitud errante observamos un recurso ya utilizado en otras ficciones tuyas: la narración de sucesos pasados se complementa con diálogos en presente que enriquecen y dan nuevas perspectivas a la historia contada. Esta técnica (si mal no recuerdo, aparece también en La Isla de la Pasión, Leopardo al sol y La novia oscura) ¿es una deuda contraída con los famosos vasos comunicantes de Vargas Llosa?
Como estudiante en la universidad, hace mil años, fue mucho lo que le aprendí a Vargas Llosa en cuanto a la construcción de las novelas. Devoraba las suyas, las desmenuzaba bregando a desentrañar cada resorte, cada tuerca y tornillo de la estructura. Siempre le dedico mucho tiempo al montaje de ingeniería que tiene toda novela. El autor es como un niño como un Lego: armar las piezas es un juego fascinante. ¿Cómo hacer para que en 150 o 200 páginas quede desplegado ante el lector, de manera no lineal, el pasado remoto de los personajes, su pasado próximo, su presente, y que al mismo tiempo se vaya prefigurando lo que les espera? En últimas es un problema técnico, pura ingeniería de la narración. En La multitud errante tienes un presente narrativo que es el encuentro, en un campamento de refugiados, de la narradora, una trabajadora extranjera de un organismo humanitario, con el protagonista, un hombre llamado Siete por Tres, quien desde niño huye de sucesivas violencias. Siete por Tres viene buscando a su amor, una mujer que se ha perdido en el tráfago de la guerra. Y la trabajadora humanitaria, en su intento de ayudarlo, se enamora a su vez de él. Se forma así un triángulo amoroso difícil y fantasmagórico, que se dispara a partir de la primera frase de ella, “¿Cómo puedo yo decirle que nunca la va a encontrar, si ha gastado la vida buscándola?”. En ese presente narrativo está encapsulada, como fragmentos de un pequeño tapiz, la historia pasada: la guerra que arrasa con la población de Santa María Bailarina, el éxodo de sus habitantes y los sucesivos intentos de refundación.
A propósito de Vargas Llosa, alguna vez dijiste que era el novelista del “boom” latinoamericano al que más le habías aprendido. Su influencia parece fundamental en Delirio y Demasiados héroes por la alternación de planos narrativos que terminan conectádose a modo de rompecabezas. ¿Cómo recibiste la noticia de que le otorgaron el Nobel? ¿Lo sigues leyendo con admiración?
En ciertos casos de escritores muy reconocidos y de sólida trayectoria, como Vargas Llosa, el asunto no es tanto el honor de que les den el Nobel, como la ofensa si no se los dan. De verdad, se caía de maduro. No sólo por el mérito de su propia obra, sino además por ser representante de una deslumbrante generación de escritores. Lo leí locamente en la adolescencia, cuando era una especie de milagro esa lluvia de obras maestras que producían, una tras otra, los del Boom. Ya después pasas a otras cosas, desde luego; te apasionan otros escenarios, vas buscando por otros lados. Pero de todas maneras ya empecé a leer El sueño del celta.
Has dicho que tú y los novelistas de tu generación debieron “mermarle al volumen” respecto de las “novelas totales” del “boom” y echar a andar. ¿Por qué crees que la ficción contemporánea ha abandonado, en términos generales, aquella loable y al mismo tiempo irrealizable ambición de contar el mundo entero en un libro? ¿Sería anacrónico emprender en la actualidad empresas narrativas como Cien años de soledad, Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo o Terra nostra?
Supongo que toda novela es, en últimas, el intento de atrapar el mundo entero en un libro, aunque por “mundo entero” entiendas apenas un fragmento, una esquina, una nadería que ocurre en un segundo. Si la novela es buena, la totalidad debe respirar en ese fragmento. Una especie de impulso totalizante debe sentirse ahí, como un latido. Creo que la diferencia con respecto al tipo de novela total, como las que mencionas, está más bien que para la sensibilidad de hoy, el fragmento puede resultar más revelador, más vital, que un supuesto todo.
Desde tu perspectiva, ¿cómo han envejecido los libros de los novelistas del “boom”. ¿Cuáles de esos autores te parecen más vigentes y cuáles menos?
Muchos de ellos son ya clásicos, y por tanto siempre están y estarán ahí. Son el sustrato, se han incorporado al lenguaje, el lenguaje se ha ensanchado con ellos. Los hay que aparte de clásicos, son además vanguardia. Es un misterio, pero sucede. Mira a Cortázar. Desde el punto de vista de sus opiniones políticas y de su oficio como escritor, Cortázar viene de atrás pero nos sobrepasa a todos y corre adelante.
En una entrevista para El País dices: “A mí me gusta que pasen cosas en los libros”. Este idea se hace evidente al leer tus ficciones. En ellas, el conflicto y la acción están en el centro, y hay una intención de enganchar al lector, de intrigarlo, de impedirle que abandone la lectura. Al mismo tiempo, tu prosa es lírica, pero siempre en dosis adecuadas, de tal modo que las imágenes poéticas no cobren protagonismo, sino que le den contundencia a las acciones. En este punto pareces una digna heredera de García Márquez. ¿Cómo logras el equilibrio? ¿Nunca has sentido el peligro de ser rebasada por tu propia retórica?
Como dirían las monjas, "piso esa flor, soy hija de María". Pero tienes razón en cuanto a que nada hay que apriete más que el propio estilo. Se te empieza a volver una imposición. Puedes llegar a ahogarte en tu propio estilo. Con frecuencia lo sientes como un sombrero que te incomoda y que sin embargo no puedes quitarte, por un prurito de no perder identidad, de seguir siendo igual, o al menos parecido, a ti mismo. Me parece que cada tanto hay que hacerse una limpia y zafarse, en la medida de lo posible, de tu propio estilo. Al menos intentarlo. Nunca lo logras del todo, porque al fin de cuentas el estilo de un escritor está determinado por sus limitaciones. Como en el caso de un atleta de salto alto: quisiera saltar mucho más, batir su propio récord, pero a la hora de la verdad salta hasta donde puede, y no más que eso. Y en un escritor, por ahí va la cosa con el estilo. Quisieras escribir mucho mejor de lo que escribes, claro está, pero el impulso de tu salto tiene determinado límite. Tu estilo es tu marca de agua, el tope de tus capacidades. Tal vez por eso es difícil deshacerse de él, aunque apriete, aunque ahorque, aunque estorbe más que un sombrero feo.
En Demasiados héroes no solo hay tres planos narrativos conectados, sino que cada uno de ellos tiene su conflicto irresuelto y una impecable distribución de la información y del suspenso. Los motivos para continuar leyendo el libro se triplican. ¿Consideras que te acercas cada vez más a tu mayor rendimiento como narradora?
Ojalá no sea así, toquemos madera. ¿Sabes qué me gustaría? Poder dedicarle diez o doce años a una sola novela, investigarla hasta la saciedad, corregirla hasta el cansancio, convivir durante todo ese tiempo con los personajes para llegar a conocerlos de verdad, volverte un experto en sus motivos y en sus reacciones, aprender bien aprendido su lenguaje, descifrar hasta las últimas consecuencias las relaciones entre los distintos personajes. No será posible, desde luego, porque el oficio de escribir es como todos: te dan para la papa. Tendrías que haber nacido noble, o rico heredero, para dedicarte doce años a una sola novela.
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